Las Dietas y su mente

El enfoque mental que hace funcionar las DIETAS

Muchas veces queremos comenzar una dieta, pero sucede que siempre estamos empezando con dietas, la pregunta es, ¿Qué tengo que hacer para poder llevar a cabo una dieta?

Toda dieta funciona y no funciona.

Además genera preguntas como: “¿cuánto tiempo podré continuar con esta dieta?” y “¿de que dependerá que lo logre?”

Toda dieta requiere un esfuerzo físico y psíquico mantenido pero esencialmente es preciso comprender y aplicar el significado de la palabra “persistencia” que a su vez depende de dos palabras que le sirven de base estructural y funcional: “promesa” y “compromiso”. Como veremos, el éxito de una dieta no consiste tanto en la selección de los alimentos y el cumplimiento de la actividad física complementaria, como en previamente saber formular y cumplir una promesa a uno mismo. En la vida siempre existe un compromiso –de hecho todo en la vida comienza y termina en compromisos–. Un compromiso implica contraer una obligación.

Una dieta es un compromiso con uno mismo. Una promesa es algo muy serio. La formulación y el cumplimiento de una promesa es semejante a la orientación de las velas de un barco para determinar su rumbo. De la misma manera una promesa determina un rumbo para realizar o no realizar algo especifico. Cuando ese “algo” no se cumple cometemos un acto de deshonestidad.

Debemos ser capaces de poder decir: “prometo realizar esto y aquello …,” y cumplirlo. Al incumplir nos habremos engañado y consecuentemente perderemos credibilidad ante nosotros mismos. Además, hacerlo de forma reiterada es una mala inversión ya que crea perdida de autoestima, frustración, y culpa. De hecho, la mentira y la culpa siempre exigen una disculpa a posteriori. Una promesa esta programada para el éxito. Eso es, siempre y cuando su núcleo funcional sea honesto y real. La mentira, convenientemente colocada en el centro de una promesa, no tiene donde ir ni hacia donde escapar, y de hecho no va a ningún lado. Su finalidad es proveer una comodidad transitoria. En tales casos la mentira actúa a modo de un afilado bisturí capaz de escindir y crear vacíos falsos en el tejido de la realidad. Una mentira representa un vacío que carece de fundamento y sustancia, y por lo tanto no se sostiene. Al no sostenerse rápidamente se pone en marcha un proceso de explicación lógica que llene este vacío: “he mentido porque…” Pero no vale la pena. No existen razones ni disculpas que valgan para justificar una mentira. El vacío creado por la mentira reaparecerá una y otra vez en la mente del mentiroso para torturar su conciencia. Una promesa representa una posición privilegiada desde donde operar con honor y honestidad. Constituye un punto de referencia intimo y personal desde el cual es posible decir que “no” a lo que antes se decía que “si” –o viceversa–.

Las leyes que determinan el grado de lealtad humana son sencillas: no se pierde la lealtad hasta que se es infiel a uno mismo; y no se logra esta hasta que se es fiel a uno mismo. Ser leal implica cumplir las leyes de la fidelidad. Fidelidad significa conformidad con la verdad. Implica constancia en los afectos, en el cumplimiento de las obligaciones, y no defraudar la confianza depositada en uno mismo. La fidelidad es la vía mediante la cual se establece una intima relación con uno mismo.

Un reloj que de repente deja de funcionar jamás volverá a contar con nuestra confianza, eso es, a menos que la causa sea descubierta y corregida. Supongamos que un día decide comenzar una dieta con actividad física moderada. Su porcentaje de grasa es del 35% y le sobran 16 kilos. Se ve y se siente mal. El ser humano reacciona de una manera muy típica ante este tipo de situación ya que cuando no esta todo lo bien que desea se pone todo lo mal que puede. Las leyes del metabolismo intermedio nos indican que la cantidad “optima” de grasa que debemos quemar, sin perder masa muscular, es de aproximadamente unos 500 gramos por semana –o sea unos cómodos 2 kilos al mes–. En casos especiales se puede llegar hasta los 700 o 900 gramos por semana –o sea unos 2.8 a 3.6 kilos al mes.

Esto implica que sobrando 16 kilos, y a un ritmo de 2 kilos al mes, se tardarían aproximadamente 8 meses en lograr el peso y la relación “masa grasa / masa magra” deseados. A un ritmo de 2.8-3.6 kilos al mes se tardaría entre 4.5 y 5 meses. Ir más de prisa seria un suicidio metabólico ya que a medida que se pierde grasa también se pierde masa magra y por lo tanto cada vez se engorda más. Paradójicamente acabara con 16 kilos de menos pero con un mayor porcentaje de grasa corporal. Adelgazar no es bajar de peso –sino reducir la masa grasa a la vez que se conserva y se aumenta la masa magra–. Es esta última relación la que importa –no el peso– ya que este último incluso puede aumentar a medida que se adelgaza. De hecho, no existe mayor mentiroso que la bascula ya que no indica con precisión lo que se ha perdido o ganado. Hoy comienza la dieta. Su mente aun esta adormilada y rápidamente engulle un desayuno de galletitas, tostadas con mermelada, y un café con azúcar.

Por el momento se siente satisfecho y gracias a la cafeína y la glucosa su mente vuela. Durante la mañana comienza a sentir hambre y debilidad –pero aguanta estoicamente–. De repente le comentan que le ven algo regordete, con mofletes, y pasado de peso –cosa que le molesta– y automáticamente se acuerda de su dieta y de su promesa. Inmediatamente decide hacer algo al respecto, pero ya son las 15:00, la oportunidad ha pasado, y el día esta prácticamente perdido.

Llega a su casa y sale a andar por el parque unos 20 minutos pero con debilidad, cansancio, y falta de motivación. “Hoy no funciono, pero mañana va en serio”, se promete nuevamente!

Ahora bien, debiera de preguntarse: ¿como pienso cumplir una nueva promesa si acabo de incumplir la previa esta misma mañana? Acaba de destruir la base sobre la cual descansa su lealtad y credibilidad personal. Se ha mentido a si mismo y se encuentra en el aire sin autoridad sobre su persona. No ha sabido colocar su texto de lealtad en el contexto de sus necesidades, y por lo tanto se núcleo personal se ha desintegrado. Siente una profunda vergüenza –y también culpa–. Pero supongamos que al día siguiente incumple nuevamente. ¿Qué pasara el tercer día… y el siguiente? La respuesta es sencilla: su ansiedad ira en aumento y comenzara a convertir sus alimentos en una especie de droga ineficaz y temporalmente tranquilizante, y seguirá aumentando de peso y de masa grasa. Incluso, con el tiempo, y al no ver ninguna solución, es muy posible que se desespere y se deprima.

¿Que tipo de promesa lograría el resultado deseado? Una promesa ordinaria o una extraordinaria? Una promesa solemne? Una promesa especial? Una promesa de corazón? Una promesa jurada? Y si, a pesar de todas esas promesas sigue incumpliendo – ¿en que situación se encontraría? La respuesta es simple: se sentirá un mentiroso y un fracasado. “Fracasado” – esta es sin duda una de las palabras mas tristes de nuestro idioma. De hecho implica un severo acto de acusación o denuncia personal de auto condena.

Tener que decirse a uno mismo “he fracasado,” es quizá la auto acusación mas cruel que existe. Las famosas palabras que la suelen preceder “… pero lo intenté…” solo aportan una mínima consolación. ¿Y si incluso el intento nunca existió? La verdad es que no existe nada que alivie la sensación de infelicidad que se siente. Pero el concepto de “fracaso” significa muy poco en términos absolutos. Los humanos fracasan solo y puntualmente si se empeñan en lograr algo que no consiguen – pero no por eso son personas fracasadas. La persona que promete comenzar su dieta –y no lo hace– se sentirá un fracaso. En tales casos lo mejor hubiese sido no formular la promesa desde el principio. Pero surge un dilema: ¿Prometer y comprometerse; o no prometer y no comprometerse?

Sabiendo que una promesa implica la posibilidad de incumplirla, hay que asumir los riesgos y aceptar las consecuencias inherentes. El riesgo de un posible fracaso debe ser asumido en su totalidad. Pero una persona no puede permanecer inerte o abúlica. Debe de moverse y actuar. No obstante, aquel que haya fracasado por incumplir sus promesas siempre tendrá otra oportunidad. Esa oportunidad se la otorga el tiempo en ese instante o momento conocido como el “ahora”. De hecho “ahora es siempre todavía.” El “ahora” nos da la oportunidad de comenzar de nuevo. Es en el “ahora” donde existe la posibilidad de cambiar de actitud para formular y cumplir una nueva promesa – no en el pasado ni en el futuro. La nueva promesa, mantenida firmemente en el “ahora” hasta su cumplimiento, es la vía más rápida y segura hacia una renovada lealtad, autoestima, y credibilidad en uno mismo. Colocando la verdad en el núcleo de nuestra realidad habremos aprendido a valorarnos y a respetarnos en la cuantía que nos merecemos –habremos aprendido a colocar

Autor:
Dr. Guillermo A. Laich de Koller
www.guillermolaich.net
MIEMBRO DE LA SOCIEDAD INTERNACIONAL
DE PSIQUIATRÍA DEPORTIVA

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